La adopción es una hermosa manera de hacer una familia, aunque no es fácil. Aquí los retos, las virtudes y las bendiciones que conlleva este acto de amor.
Adoptar es un acto de amor, pero no es heroico siempre, ni tampoco desinteresado. Es, en muchos casos, el mejor desenlace de un embarazo no planeado o incluso del no deseado, la posibilidad de darle una vida mejor al bebé, niño o adolecente y un camino complejo, pero hermoso para la mujer, hombre o pareja que forman su familia por este medio.
Mi bebé creció en el corazón en lugar de en mi útero. Lo esperé por años, aunque no sabía que vendría a través de la adopción. Llegó tan inesperadamente como un embarazo, a pesar de que para recibirlo tuve que cumplir con varios requisitos a los que ningún padre biológico jamás ha tenido que someterse.
Los padres adoptivos somos vistos como bichos raros. Hay personas que nos miran con una suerte de admiración, como si hubiéramos salvado una vida o sacrificáramos nuestro futuro por una causa perdida. Otras tantas no quisieran tener que pensar en el doloroso proceso en el que una madre, a veces una pareja, decide renunciar a su hijo o hija y darlo en adopción o entregarlo a una institución para que se hagan cargo de él o ella, así como en el proceso en que una persona, una pareja o una familia, deciden integrar a ese nuevo ser como parte de su vida y todos los sucesos que ello trae para el adoptado, tanto como para los que lo recibieron en su hogar. De hecho, aquí en México hay una especie de estigma con respecto a la adopción, no siempre se ve bien, muchas veces es percibida como un secreto sucio en la familia aún cuando se haya abierto ante la sociedad con toda naturalidad. Es más, alguna vez hablé de mi deseo de escribir un libro al respecto y fui disuadida con el argumento de que ese tema no es exitoso. “Los mexicanos no quieren saber nada sobre la adopción”, me dijeron.
¿Por qué?, me pregunto… Lo primero que viene a mi mente es la falsa creencia de pensar que todos los adoptados son malos: malas hierbas que cargan y contagian su mala suerte a quienes los hemos acogido. Es probable que ellos ignoren que Jesús de Nazaret fue adoptado nada menos que por San José, que Steve Jobs, la mente detrás de Apple u Oliver Rousteing, el director creativo de la marca de moda Balmain desde 2011, son un par de exitosos hombres que también lo fueron.
Obviamente, no todas las historias son miel sobre hojuelas en las familias adoptivas, pero tampoco en las biológicas. Lo cierto es que, en general, hay algo maravilloso que logra que el amor borre varias penurias del ser que, sin tener opción o decisión al respecto, se quedó desamparado y fue cobijado por alguien más, con la genuina intención de darle no sólo la seguridad y el afecto que no obtuvo de sus padre biológicos, sino también educación, salud, confort y una vida con amplias posibilidades de ser feliz.
Otra creencia constante en la sociedad es la que la lleva a pensar que los papás biológicos siempre vendrán a recobrar a sus hijos, ignorando que existen adopciones abiertas en donde, tanto los padres biológicos como los adoptivos, acceden a convivir y hasta a tomar decisiones conjuntas sobre el adoptado, como si fueran una familia extendida. En otros casos, la adopción es cerrada o confidencial, en la cual los padres biológicos renuncian a su hijo o hija y no tendrán información alguna sobre su paradero a menos de que la persona que fue adoptada cumpla la mayoría de edad, en cuyo caso, tanto el hijo biológico como cualquiera de los padres biológicos podrán tener acceso a cierta información con la que pueden optar por contactarse.
En cuanto a los padres que anhelamos formar una familia cuya biología o destino no estuvo de nuestro lado, debo desmitificar la creencia de que somos almas samaritanas tratando de salvar al mundo con nuestros actos heroicos. Si bien es cierto que hay casos indiscutiblemente admirables de personas que adoptan bebés cuya salud requiere no sólo de una gran fortaleza, cuidados y atención, la mayoría de las familias adoptivas lo único que deseábamos es amar profunda y desinteresadamente a un ser cuyos padres no pudieron hacerse cargo de él. Así de simple, así de hermoso. Viéndolo desde ese punto de vista, es poco menos que un milagro: se resuelve el conflicto de quien no podía o deseaba ser padre o madre, se cambia el destino para darle una buena y, en más de una ocasión, mejor oportunidad de vida a ese bebé, niño o adolescente, y se realiza el sueño de un o un par de adultos que quieren tener un hijo o hija y así conformar una familia para siempre.
Hoy, con motivo del 10 de mayo, envío una felicitación a todas las madres del mundo, pero en especial a las que me acompañan en este camino de la adopción. Sé que no resulta el más sencillo. ¿Cuál lo es? Pero es uno que buscamos, trabajamos y que hoy nos ha dado lágrimas, risas y una historia conjunta con ese hijo o hija que se ha convertido en nuestro motor.
Hace 19 años formé una familia con mi hijo y nunca he dejado de sentirme agradecida por este privilegio. Gracias a su mamá y su papá biológico por darme la oportunidad de ser la mamá de su hijo, que hoy es mío.
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