Las dos caras de ser mamá

Jamás estarás preparada para ser madre y se te presentarán los retos más fuertes que alguna vez te has imaginado. Este es el trabajo más serio, y en ocasiones menos valorado, que harás en la vida.

 

 

En la adolescencia los chicos experimentan un gran deseo de independencia. Muchos de ellos prefieren mantenerse alejados de sus padres a quienes consideran aburridos, anticuados e incluso antipáticos. Yo no fui la excepción. Prefería mil veces estar con la mamá de mis amigas, que con la mía y tanto a mi madre como a mi padre los desdeñaba con esa soberbia que los jóvenes despliegan tan bien.

 

La situación cambió primero cuando viví sola por primera vez a mis 16 años. Ahí entendí la valiosa seguridad que da tener dos adultos que responden por ti ante cualquier dificultad. Pero no fue hasta que me hice madre que en verdad valoré lo que mis papás hicieron por mí y lo poco que yo hice por agradecérselos.

 

El reto más grande de ser mamá es poder liberarte de tu equipaje emocional para tratar de ser la mejor persona posible con tu crío. Sin embargo, seamos realistas, nadie puede dejar su pasado en el olvido ni pretender ser una madre excelente cuando las adversidades no dan tregua en la vida real. No sentirte cansada para dar tiempo de calidad, por ejemplo, suena más fácil de lo que es. Proporcionar una seguridad que genere autoestima, resulta complicado cuando la mamá no se quiere del todo, si hay problemas de pareja en el matrimonio o, simplemente, si el adulto no conoció el amor incondicional de sus padres y parece imposible crearlo de la nada.

 

 

La culpa es otro tema que actualmente detona angustia e insatisfacción en la maternidad moderna. ¿Cómo podemos pretender alcanzar el éxito laboral sin sentir que no estamos cuidando al 100% a nuestros hijos? Pocos varones se lo cuestionan o sufren por ello. Pero a nosotras nos pesa la división de tiempo y la imposibilidad de estar en ambas partes a la vez.

 

La buena noticia es que la maternidad también comprende una cara luminosa. Primero porque el amor que una mamá experimenta hacia sus hijos no conoce límites y es verdaderamente noble. Después porque llena huecos en el alma que parecían no existir o no colmarse ante nada. Es increíble ver florecer la personalidad de un bebé cuando se vuelve niño y observarlo ganar características propias y heredadas al pasar a la adolescencia. Sentirlo gozar es un doble placer para una madre y presenciar su sufrimiento es multiplicar al cubo nuestra angustia y desesperación.

 

 

No hay escuela para ser madre y, tristemente, no siempre vamos a obtener una buena evaluación por nuestro trabajo. Pero yo me quedo con una frase que me dijo el psicólogo de mi hijo alguna vez que hablábamos sobre este tema: “Has hecho lo mejor dentro de tus posibilidades y siempre con el amor por delante, así que no puede estar tan mal”. Y con eso me despido.

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Fotografías: SHOWbit